Más allá de tratar de figurar como un mero espectáculo de supuesta destreza y habilidad, las corridas de toros –a lo largo de su historia-, representan una acción directa de crueldad y barbarie contra un animal indefenso que, ante el incesante acoso de martirio, termina abatido en medio de una arena que se limita a celebrar su muerte cuando ésta sucede a la primera estocada.
Atrás quedan ahogados los gritos de angustia y temor, al observar que el verdugo venció en una desigual batalla a quien presuntamente era su adversario.
El júbilo se desborda hacia el matador y/o rejoneador, mientras el burel es arrastrado como un vil bulto y tratado solo como si fuera un enorme trozo de carroña.
La brutalidad se consuma y con ella se engrandece el falso orgullo de poder y superioridad que alimenta el ego de quienes asumen que ello forma parte de la mal llamada “fiesta brava”.
Hoy, en pleno siglo XXI, cuando la premisa busca escudarse en la defensa de los derechos fundamentales, no solo humanos, sino también animales, las corridas de toros deben adecuarse a los tiempos de cambio y transformar su origen en un verdadero pasatiempo que, en igualdad de circunstancias, respete la vida de toreros y astados.
Solo así, entonces, podríamos hablar de un auténtico espectáculo familiar, en donde la humillación y desprecio se conviertan en respeto y cariño.
No se trata de prohibir, sino de rectificar el rumbo y accionar de acuerdo a ciertas convicciones con las cuales la gran mayoría no estamos de acuerdo, como es la inmisericorde caza de animales (ballenas, elefantes, felinos) y de todas aquellas especies en peligro de extinción.
Las corridas de toros, como actualmente se desarrollan, no pueden figurar ya en el catálogo de espectáculos de la Ciudad de México, no porque los toros se encuentren en riesgo de desaparecer, sino porque no deben seguir siendo objetos de un salvaje maltrato, cuyo principal objetivo es propinarle la muerte, sin importar su sufrimiento.
La defensa, en este caso de los toros, no es una ideología simplista, ambientalista o puritana, es un argumento que busca anteponer el respeto que todo animal nos merece, ya que resulta contradictorio que nos indignemos con los videos que constantemente se suben a las redes sociales en donde se observa a personas (irracionales) infringiendo la más deleznable de las torturas a perros y gatos, por citar un ejemplo.
Basta ya de ser cómplices de la violencia y el engaño. La tauromaquia es un “espectáculo” violento que erróneamente pretende encubrirse como arte o deporte, pues durante su desarrollo prevalece una agresión directa del hombre hacia un animal, en donde el derramamiento de sangre y su posterior muerte son los principales protagonistas.
La “fiesta taurina” no es una manifestación artística o deportiva, toda vez que los astados entran al ruedo en desigualdad de condiciones ante el torero. Para que el espectáculo taurino pueda ser considerado como arte o deporte, tiene que preservar la integridad del animal y prohibir el uso de estoques, banderillas, espadas o cualquier elemento que les produzca agonía y laceraciones, de lo contrario no deja de ser una vulgar carnicería sin sentido, la cual solo es magnificada por los taurófilos.
Es importante destacar que las manifestaciones culturales son tomadas como un elemento de la sociedad sujeto a cambios y modificaciones cuando atentan contra las normas morales y los valores que rigen, como es el caso que nos ocupa.
Las expresiones culturales obedecen a manifestaciones que hacen énfasis en el mejoramiento de la convivencia social y en garantizar la vigencia de un orden justo con todas las formas y expresiones de vida, a través de una serie de principios éticos y morales que considera a todos los seres portadores de intereses y dignos de consideración y respeto.
Por tal motivo, la vanguardista Ciudad de México debe dar un giro de 360 grados y velar por el respeto de los toros en las corridas, porque de lo contrario pareciera que se está fomentando la cada vez más deplorable cultura por la muerte.
La capital de la República, por tanto, debe dar un claro ejemplo de congruencia y promover cuanto antes el respeto por la vida de los animales, evitando que las corridas de toros se sigan desarrollando como hasta ahora.
Un indicador de madurez moral de nuestras sociedades humanas está en el reconocimiento y ampliación de nuestra responsabilidad en el trato que damos a los animales, por lo que los toros no deben estar exentos de protección.
Las corridas de toros fueron vistas en su momento como manifestaciones de cultura y tradición en México y otras partes del mundo. Sin embargo, ahora son más las voces que las ubican como actos de crueldad y maltrato.
Hoy debemos trabajar en buscar soluciones que permitan darle un pleno reconocimiento al trato digno de los animales, en este caso de los toros.
Ya no es el momento de ver esto como un arraigo histórico y cultural, sino como un acto de madurez y reconciliación con nuestro entorno inmediato.
El simple hecho de ser testigos del maltrato animal, perpetúa el ciclo de la violencia a través de la insensibilización y la imitación, de tal suerte que las corridas de toros, al ser un espectáculo público, llevan implícito el nefasto mensaje de que los animales son descartables, no tienen valor, no sienten ni sufren y que no merecen ser respetados.
El mensaje de respeto a la vida de los animales que inculquemos en nuestros hijos, se traducirá, sin duda, en el fortalecimiento de una sociedad más educada y en la promoción de valores éticos y morales.
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